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Arboles y Bosques


¿Qué es esto de un bosque como monumento, como recordatorio? ¿Es que acaso ya no se sabe qué inventar?

A decir verdad la idea de un bosque (o un árbol) como lugar privilegiado de la memoria es una vieja idea. Un brevísimo pantallazo nos hace saber que, por ejemplo, en el relato bíblico se habla del árbol del bien y del mal (el cual, de acuerdo a Miguel Ángel –un pintor italiano del Renacimiento, autor de los murales de la Capilla Sixtina— no era un manzano, sino una higuera). Para los germanos, el Igdrasil era el fresno que daba sombra al paraíso. Los antiguos romanos, hace poco más de dos mil años, mantenían con religioso cuidado un par de olivos en el Foro (ubicado en el centro de la ciudad), para mantener viva la memoria de sus orígenes campesinos. Y aún más atrás en el tiempo, los egipcios enterraban, junto a sus faraones, semillas de árboles y plantas, para que aquellos pudieran, en el más allá, recrear el mundo que abandonaban para siempre.
Más próximos en la historia, existe en Israel un bosque de los justos, en recuerdo y homenaje de quienes colaboraron para evitar el exterminio sistemático de judíos europeos que significo el Holocausto (Shoa) durante la Segunda Guerra Mundial. Más próximos en el tiempo y formando parte de la historia argentina, encontramos, en la plaza de los dos Congresos, frente al Congreso Nacional en Buenos Aires, un árbol que conmemora la lucha gremial docente de la “Carpa Blanca” y un seibo que celebra la vida de José Luis Cabezas, fotógrafo asesinado en circunstancias más que sospechosas. Y existen también, a lo largo del país – y en el extranjero – bosques de la memoria en homenaje a los desaparecidos.

Los bosques de la memoria son una manera vital de dejar testimonio y de hacer presente la lucha, el esfuerzo, los sueños y las ilusiones de un grupo de argentinas y argentinos. En los bosques se honra la memoria de nuestros compatriotas que “desaparecieron” bajo la “triple A” y bajo dictadura argentina que asoló al país entre marzo de 1976 y octubre de 1983. Esta dictadura, a fin de imponer un plan político-económico contrario a los intereses del pueblo argentino, tomó por asalto a la democracia e impuso un sistema militar y autoritario. Como parte integral de dicho sistema, se puso en funcionamiento un plan mediante el cual se secuestraba, torturaba, asesinaba, y se “desaparecían” a miles y miles de argentinas y argentinos. ¿Por qué desaparecieron? Desaparecieron porque sus ideales de una sociedad más justa, más equitativa, más honesta y más democrática iban en contra de lo que pretendía la dictadura militar y los grupos de intereses económicos que le daban sustento.
Los desaparecidos provienen de todos los sectores políticos, sociales y culturales del país. Los desaparecidos eran obreros, empleados, políticos, alumnos de colegios secundarios que pedían por el boleto estudiantil, religiosos, artistas, gremialistas, escritores. Los desaparecidos eran jóvenes, viejos, chicos, grandes. Eran inmigrantes, hijos de inmigrantes, eran integrantes de los pueblos indios. Eran judíos, eran cristianos, eran ateos. Los había casados y solteros, con hijas, hijos, madres, padres, primos, parientes lejanos y cercanos, amigos del barrio. Los desaparecidos eran como nosotros. Ellos, como nosotros, también soñaban con un mundo y una Argentina mejor.
El bosque es un espacio para recordarlos y para simbolizar la continuación de aquellos sueños.

La Fundación Memoria Histórica y Social Argentina – constituida por un grupo de Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora) – es la promotora de esta idea de un bosque de la memoria en Villa Lugano (en el área comprendida por la Avenida Lacarra, Escalada, Castañares y Fernández de la Cruz).

El bosque permite rescatar la identidad y jerarquizar la memoria de quienes fueron víctimas de la represión, y también mantener alerta la conciencia popular para evitar la repetición de represiones ilegales.
El bosque es un espacio para uso y disfrute de la comunidad en la cual se encuentra. El bosque no es un lugar aislado y separado de la ciudad, sino que forma parte de la misma, dándole a ella un nuevo espacio verde, que sirve de pulmón para limpiar el aire que respiramos, así como de lugar de encuentro y descanso. A diferencia de monumentos en piedra o en metal, el bosque es un monumento vivo, y por lo tanto es indispensable que lo cuidemos y que le dediquemos un poco de nuestro tiempo y nuestro esfuerzo para mantenerlo sano y fuerte, para mantenerlo vivo.
Ese esfuerzo por mantener vivo al bosque es también parte del monumento, es parte de la memoria frente a la historia argentina reciente, tan dura y dolorosa. El bosque – como los ideales de las argentinas y argentinos desaparecidos – es parte de la vida, no de la muerte; de la solidaridad, no de la desesperanza; de un presente y un futuro para todos, y no para unos pocos elegidos.


 

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